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Original Web

CÓMO CONOCÍ LA CIENCIA CRISTIANA

Yo buscaba conocer a Dios

Del número de febrero de 2024 de El Heraldo de la Ciencia Cristiana

Apareció primero el 23 de noviembre de 2023 como original para la Web.


Hace muchos años, perdí la fe en la tradición religiosa en la que me había criado; frustrada porque se adoraba a Dios tan solo una vez a la semana. Como futura madre, oré y busqué un Dios en el que mi hijo creyera. Entonces, una amiga de la universidad me llamó después de enterarse de que yo esperaba un bebé. Anteriormente una acérrima seguidora de la astrología, me contó que había encontrado algo llamado Ciencia Cristiana que había transformado por completo su vida y la había llevado por un camino totalmente nuevo. A través de la Ciencia Cristiana, comenzó a comprender el gobierno de Dios sobre el universo. También me explicó cuán felices vivían los Científicos Cristianos. 

Cuando le dije a mi amiga que necesitaba un Dios así para criar a mi hijo, me sugirió que fuera a la Sala de Lectura de la Ciencia Cristiana de mi localidad y comprara Ciencia y Salud con la Llave de las Escrituras, por Mary Baker Eddy; así como una compilación de otras obras publicadas de la Sra. Eddy, llamada Prose Works. Puesto que esta amiga había tenido un cambio tan radical en su vida y era la mujer más brillante que conocía, compré los dos libros, aunque no abracé inmediatamente la Ciencia Cristiana. Encontraba que lo que decía acerca de Dios era muy diferente de lo que yo sentía que sabía de Él. Pero mi deseo de conocer a Dios me hizo continuar con la lectura.   

Un día, mientras leía Ciencia y Salud, me encontré con esta frase: “La lucha habitual por ser siempre buenos es oración incesante” (pág. 4). Esta iluminada explicación de la oración respondió a muchas de mis preguntas teológicas y reveló una forma más amplia de adorar a Dios. Antes de esto, mi concepto de la comunión con nuestro Padre celestial era limitado. Creía que orar significaba arrodillarse, cerrar los ojos, juntar las manos y pedirle a Dios lo que necesitara. Esta petición sería contestada o ignorada dependiendo de si Dios te encontraba merecedor o no. Por lo tanto, orar sin cesar, como lo aconsejó el apóstol Pablo (1 Tesalonicenses 5:17) era imposible. 

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